17 de enero de 2005

Tengo en la Frente un Baobab

Escrito por alguien que conocí:

A veces me agarra dormida y crece desmesuradamente; a veces me da sombra fresca y no duele. Nunca cambia de hojas, pero entiendo cuando está en su otoño y lo trato amable; no lo olvido -a pesar de que me pongo toda acurrumacos y lo visto con cariño- que es un baobab, y los baobabs no tienen compasión.

Este gigante es un desconsiderado.
Ha echado raíces de la nuca al espinazo y, si parpadeo, un día crecerá hacia los brazos y luego a las piernas, y cuando la gente me vea, pensará que no soy mujer sino árbol.

Dicen que los baobabs no tienen corazón; que por eso se adueñan del de uno, que por eso se lo quedan. Las noches se vuelven enfermas; las tardes se tornan friolentas, incluso en los veranos. Te atrapa la melancolía y allí vas, por las calles, arrastrándote de una banqueta a la otra, pensando en reclamarle a todo mundo por este cielo gris. Pero después sabes que no es así. Que nadie ha pintado de nada los cielos. Que es al baobab al que le gustan los grises y el desconsuelo.

He escuchado que hay hombres que son semillas de baobab. Cuentan que, si no se les tiene cuidado, se siembran en la frente y con paciencia van tejiendo sus raíces con nudos tan fuertes que, si se les quiere arrancar, se viene medio cráneo. Las que han dejado crecer baobabs, y han vivido para contarlo dicen que uno pierde la voluntad; que después piensas con la savia; que un día te duelen las ramas y cuando el sol está brillante le tiras mordidas con las hojas.

Dicen que esas son claves para saber si un baobab te ha ganado.

Tengo en la frente un baobab.
No recuerdo si alguien lo sembró, o si lo cargo desde el principio y ni cuenta me había dado. Como sea, lo trato con respeto, le presto sus cuidados.

Y a veces, cuando he pensado en extirparlo, nos vamos a caminar a ningún lado y arrastro los pies en la tierra, y dejo al viento acariciar mis hojas y pienso: raíces de baobab en el corazón, ¿qué tiene de malo?

Tengo un baobab en la frente.

No es hombre sino tristeza: he vivido para contarlo.

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