3 de noviembre de 2010

Aire Fresco

Siempre era la misma sensación, sumergirse en el agua era como estar en su medio natural. El deseo más recurrerente era la necesidad de tener agallas y membranas entre los dedos para poder nadar aquí y allá a su antojo, sin que el aumento de presión le afectara y poder explorar el océano a sus anchas. La vida perfecta, decía, tenía que estar allí, dentro del mar.

Amaba profundamente a los tímidos habitantes del arrecife y nunca dejaba de asombrarse como cada noche las rocas aparentemente inertes ebullían de vida, en una sinfonía perfectamente sincronizada de movimientos, como los tentáculos de los corales se asomaban desde los cálices y lograban que absolutamente todo el paisaje diera un giro extraordinario, convirtiendo el tranquilo arrecife en un lugar atestado de colores, de animales emergiendo de sus guaridas protegidos por las algas y la noche, mientras los iluminaba tan sólo la luz de la luna llena, al menos los rayos que apenas lograban traspasar las someras aguas donde habitaban.

Luego venía lo triste de la expedición, tener que emerger, salir a la superficie, bien fuera porque se agotaba el aire de los tanques, bien fuera porque la apnea no le permitía estar allí abajo más de 4 ó 5 minutos, pero inevitablemente debía volver a Tierra, a la realidad que la aprisionaba. Allí, dentro del mar podía simplemente ser ella misma.

En tierra la historia era otra, le acosaban los odiosos compromisos en los que se había envuelto. Era un mundo en el cual las caretas y los disfraces estaban a la orden del día, así como los hipócritas y las dobles intenciones, era esa la realidad del mundo al que debía enfrentarse cada mañana, haciéndole frente con su mejor sonrisa a una vida que le hacía poco feliz.

Aún así, siempre pensó que esa cuota de felicidad, esos momentos en que el amor invadía su corazón hacía que casi todos los sacrificios valieran la pena; sólo existía una cosa que la hicera sentirse igual de plena: El mar, su amado océano, donde de ser posible, viviría eternamente, flotando entre la espuma y las plumas de mar, nadando junto a nudibranquios y medusas, viendo cómo una estrella de mar, tierna y sutil, era capaz de apresar y engullir a la primera langosta que se descuidara en su caminata sobre el fondo arenoso.

Sin embargo, más allá de esos breves instantes de felicidad, la vida "en tierra" se tornaba abrumadora. La rutina la acosaba como un cobrador del infierno exigiendo el pago de la cuota semanal por su alma, se sentía hastiada de la gente que le rodeaba, le ahogaban los comentarios superfluos y la incesante lucha cuesta arriba por intentar vivir tan sólo un poco más tranquila... si tan sólo lograra la paz que encontraba bajo el agua, estaba segura que no había manera de sentirse más ahogada dentro del mar que dentro de la vida que llevaba a cuestas.

De pronto y sin darse cuenta, llegó el anhelado domingo, el día que más esperaba cada semana, la oportunidad para visitar a su amado océano, aquél quien nunca le traicionaba y como amante fiel, esperaba por ella mostrando su impaciencia chocando las olas contra las rocas.

Se despertó con el primer rayo de sol que acarició su rostro, luego de besar a quien aún dormía junto a ella salió de la cama con un brinco. Entre canciones y danzas chequeó con el más minucioso detalle el equipo de buceo, preparó un desayuno ligero, ajustó el trailer a la camioneta y verificó que el bote estuviese bien asegurado al mismo, las lonas, las cuerdas, el agua potable, todo estaba en perfecto orden, como debía estar para emprender la aventura.

Ese día había planificado visitar las ruinas de un barco hundido a pocos kilómetros de la costa oriental, tomaría fotos del arrecife que se estaba formando sobre la estructura y las entregaría a la ONG con la que cooperaba para la preservación de los corales de la región. A pesar de ser una inmersión de alto riesgo debido al fuerte oleaje cerca del naufragio, conocía bien la zona - no en vano era uno de los buzos con más experiencia e inmersiones en el área- y estaba emocionada con la idea de visitar lo que consideraba era un pequeño refugio de calma, que se había producido allí gracias a que la embarcación había encallado.

Ironías del mar, que por su mal temperamento permitiera la formación de un nuevo arrecife, un abanico infinito de nuevas posibilidades y era ella quien podría, por primera vez, documentarlo para el mundo. Era el gesto perfecto de un amante hacia el otro, un regalo único y de gran valor que los unía, aún más, de una manera que sólo ellos entendían.

Pensaba en todo esto mientras calentaba el motor de la camioneta, debía recorrer unos cuantos kilómetros a lo largo de la costa antes de llegar al punto donde bajaría el bote y desde el cual navegaría hasta el naufragio. Los compañeros y ayudantes la estarían esperando en el lugar, imaginaba lo emocionados que estaban todos por participar en esta inmersión. A final de cuentas, 3 horas de carretera no eran nada, en comparación con lo que experimentaría ese día.

Se despidió de la figura en la puerta con un gesto de la mano, un beso al aire y un "hasta mañana, querido". Presionó suavemente el acelerador y comenzó así su aventura del día, manejaba hacia su amado, hacia su destino de cada oportunidad, hacia su siempre fiel amante azul y profundo, que quieto o trubulento le recibía cada vez que llegaba a sus dominios.

Sólo pensaba en ello, mientras manejaba por la autopista, de manera simultánea revisaba los retorvisores mientras su mente verificaba una y otra vez que no faltara nada en la lista de los pasos de seguridad, el nivel de los tanques, el estado del traje, la cámara submarina, las baterías y la linterna... todo en orden, todo meticulosamente detallado, todo en perfecto orden.

La música sonaba al tomar la salida de la autopista que conducía hacia la costa oriental, decidió apagarla para poder escuchar al mar lo más pronto posible, pues apenas en unos cuantos minutos el olor de la sal impregnaría el aire, y podría poco a poco escuchar el mar chocar contra los acantilados. La carretera era angosta y sinuosa, sabía que no debía descuidarse por muchas veces que la hubiera transitado, conocía cada palmo de la vía y el peligro de cada una de las curvas. Decidió que era momento de bajar la velocidad, había hecho buen tiempo durante el viaje y llegaría más temprano que de costumbre, lo que le daría chance de disfrutar de un par de zambullidas extras en la orilla, ansiaba el sentir el agua contra su rostro, contener la respiración y sumergirse con tan sólo el traje de baño nadando unos cuantos metros entre la arena y lo profundo hacia donde luego se embarcaría, pero una vez que estuviese en el barco sería todo trabajo y tecnicismo, al menos hasta la inmersión y no deseaba privarse de ese pequeño placer antes de que llegara el resto del grupo. La felicidad de flotar dentro del agua, la sensación de pertenencia con el mar, su elemento, jugar con su respiración para intentar sostener la apnea cada vez un segundo más, pues cada uno era un momento junto a su amor. Sentía como el corazón se le inflamaba de emoción tan sólo de pensarlo mientras se acercaba por fin al punto de encuentro.

De pronto un ruido fuerte que no provenía del mar, no era una ola contra los acantilados, era un sonido que duró un instante y luego fue todo oscuridad. Se sintió de pronto sumergida en el arrecife, sin tanque, sin equipo, sin traje, sin linterna.. no lograba ver nada, tampoco escuchaba nada más que un ligero murmullo. Se dió cuenta que sin oxígeno no podría durar mucho tiempo sumergida pero por más que intentaba nadar hacia la superficie sentía que algo la retenía inmóvil en el fondo, poco a poco perdía las fuerzas, su mente se nublaba y no lograba ubicar dónde estaba ni qué había sucedido. Un pensamiento romántico la invadió, quizás su amante, su mar, de manera egoísta la reclamaba por fin sólo para él, sin embargo eso no tenía sentido alguno, no se sentía flotando, aunque sentía el agua en su rostro. La incertidumbre y la desesperación ganaban terreno sobre la pasión que sentía por el mar. Un último intento de contener la respiración y sus pulmones cedieron... comenzó a sentir como el líquido invadía su boca, bajando por su garganta y por su tráquea al mismo tiempo. Intentaba toser, pero cada intento terminaba en una bocanada más de... líquido, el agua, pensó, iba invadiendo sus pulmones y decidió que al menos moriría haciendo aquello que le apasionaba, sumergida en el mar, como siempre soñó, aunque nunca esperó que fuese tan pronto.

Imágenes de aquél ser querido en la puerta que esperaría eternamente por ella, quien no volvería. Los rostros de las personas con quienes lidiaba diariamente ya no le parecían tan hostiles, al contrario de alguna extraña manera estaba deseando poder verlos de nuevo... y luego, una vez más, aquel murmullo... la oscuridad comenzó a disiparse, pudo observar que tenía frente a sí el volante de la camioneta, no estaba dentro del agua, no había caído al mar, su amante no la reclamaba. Lo que segundos antes parecía un muy absurdo sueño romántico era ahora una pesadilla, comprimido su rostro contra el volante.. los murmullos que oía eran sus propios intentos de respirar, uno que otro genido pidiendo auxilio, hasta que ya no hubo más susurros, sólo silencio, oscuridad y el líquido que invadia sus pulmones sin parar.

Así la encontraron los demás integrantes del grupo que venían al lugar, la camioneta en mitad de la carretera, con el trailer llevando el bote, no podía ser de nadie más. Ella, doblada sobre el tablero, con el rostro comprimido contra el volante.

La presión que sentía era el techo, doblado sobre ella por la roca, y el líquido que la ahogaba manaba de sus heridas, de su rostro, su pecho... finalmente se había ahogado lenta y dolorosamente en su propia sangre, lejos del mar, lejos de su vida, lejos de su amor y sus rutinas. En una sinuosa carretera solitaria de la costa oriental, con el mar y los acantilados a un lado, y la montaña al otro, desde donde una roca se había desprendido y al caer sobre el techo de la camioneta provocó que una de las piezas del techo le hiriera por la espalda, perforándole un pulmón del que ahora brotaba la sangre en forma de lágrimas, mientras su corazón latía en un intento vano por llegar al mar.