20 de agosto de 2014

    Hace mucho solía sacar a pasear a mis demonios. Eran, de alguna manera bizarra, las musas en las que me inspiraba para escribir los cuentos que acá aparecen publicados.
   
Supongo que "Lo que no se usa, se atrofia", como reza aquella frase atribuida a la Biología, y de la misma manera en que hoy me disgusta asomarme a la cueva en donde los tengo encadenados, me cuesta sentarme a escribir algún relato y la verdad es que extraño horrores escribir, casi tanto como extraño escribir horrores.

    Sin embargo tengo algunas historias rondando en mi cabeza: Hay un mendigo y un animal marino que luchan por escapar del baúl donde se encuentran, pidiendo a rugidos que le quite el herrumbre a la llave y los deje salir por algo de aire fresco (¿Y, por qué no? de sangre nueva, es bien sabido que no sólo de arrebatos viven los dioses)

    Ya veremos si es más fuerte la súplica de los penitentes o el deseo de no bajar nuevamente hasta allá. No tengo rostro para mis víctimas y sin ello ¿Cómo darle forma a las ideas? Quienes me han leído no han encontrado jamás una historia con final feliz acá, al menos no para el pobre diablo que protagoniza el cuento de turno.

    Podría publicar el cuento inconcluso del mendigo, quizás serviría para ir retomando la práctica... Dejaré que lo decida la almohada.