24 de febrero de 2010

Desde arriba

¡FUI UN MALDITO IMBÉCIL! - es eso lo que quería gritar pero no lograba articular palabra. Los ojos inyectados de sangre y rabia observaban impotentes todo su alrededor, mientras unas lágrimas rojas resbalaban por la accidentada mejilla, confundiéndose con la sangre que emanaba de las laceraciones.

Nunca se habría imaginado que terminaría de esa forma, humillado y abatido, dispuesto para ser cena de los buitres, alzado a 10 metros del suelo atravesado por una estaca de roble. Nunca en su nada conspicua vida, habría pensado que esos monstruos que describían en las historias más oscuras eran una realidad, que disfrazados entre el común de la gente, permanecían ocultos del hombre de a pie. Menos aún hubiera podido creer que se cruzaría en el camino de uno de ellos, en un muy desafortunado encuentro.

Cerró los ojos intentando olvidar el terror que lo inundaba, quería borrar todo rastro de la pestilencia que lanzaban los cuerpos, vecinos, podridos, destajados, picoteados, hervideros de gusanos, restos de los miserables que habían corrido una suerte similar a la suya. Cada intento de evadir la realidad era en vano, pues cualquier pensamiento, por ínfimo que fuera, terminaba trayéndolo de nuevo a su presente.

Mientras juraba que daría el corazón y su alma al Diablo si lo libraba de aquél trance, recordaba que era el mismo Diablo quien lo había colgado de ese madero, o si bien no era el diablo debía ser uno de sus engendros, no había otra explicación para que un ser hallara tal regocijo en su dolor y sufrimiento.

Cansado del repugnante paisaje, bajó la mirada sólo para encontrar un ente de tez blanca cono la luna llena y con un atuendo negro que a medias luces parecían tratarse de trapos viejos y desteñidos que hacían resaltar más aún el espectral brillo del andrógino rostro. Unos ojos azules como cristales le observaban desde allí. Era evidente el escrutinio de esa "cosa" sobre él, incluso, desde lo alto, le pareció observar una sonrisa. ¿Era acaso posible que ese ser no sintiera asco por la escena ni piedad por él, quien sufría agonizante? peor aún, cayó en cuenta que el ser lo miraba embelesado, como quien admira una obra de arte previamente realizada y de la que se siente, por fin, satisfecho.

Esa mirada.. creía recordarla, pero ¿de dónde? sin embargo, a pesar del extraño color, se le hacía tan familiar esa mirada. Como si perteneciera a alguien conocido y este fulano le hubiese arrancado los ojos, la expresión, y la usara ahora en su lugar.

De pronto todo le pareció más claro, esa mirada dulce, unos ojos castaños, una sonrisa cándida. Si, era ESA mirada, pero ¿Cómo podría ser posible? ¿por qué recordar eso justo ahora?

Empezó a ver sus recuerdos, como si se trataran de una película que proyectaran sólo para él. Era un día hermoso, de esos días cuando el brillo del sol te permite olvidar que existen desgracias e injusticias en el mundo, un perro pasó corriendo frente a él, se había soltado de la correa de su dueño y huía pícaramente hacia la laguna donde estaban los gansos. Recordó haber pensado lo gracioso que sería ver al perro lanzarse al agua para luego salir huyendo de las aves que con seguridad se defenderían del intruso.

Detrás del perro corría una niña, llamándolo y con la correa en la mano, mientras lloraba por la huída de la mascota. Al instante vió como la niña tropezó con una piedra que sobresalía del terreno y cayó sobre la grama. Se vió a si mismo apresurándose hacia la chica, con una sonrisa para reconfortarla y cómo le ayudó a levantarse y enjugarse las lágrimas. Sólo logró tranquilizar a la niña tras asegurarle que su perro volvería en cualquier momento, buscando la protección de sus brazos, cuando se diera cuenta que los gansos no eran buenos compañeros de juegos.

En ese instante, cuando imaginaban la persecución que tendría lugar, apareció la sonrisa más hermosa que había visto en su vida, no podía provenir de otra persona más que de un niño, dulce e inocente, como la niña a la que había ayudado.

Ahora los recuerdos se confundían, tenía que ser producto de la tortura que estaba viviendo, creía ver el rostro de la niña pero trasladado al cuerpo de una mujer joven y esbelta, de cabello largo, negro, ondulado. Recordaba haber visto todo rojo, como si se tratara de un telón que cayera frente a él. Pensaba en la sonrisa de la niña, pero el resto era un mundo carmín, sin matices, que sólo le producía una sensación de desesperanza.

Agitó la cabeza, no quería perder los recuerdos hermosos. Eran por fin algo a lo que aferrarse entre tanto horror y no los dejaría ir tan fácilmente. Se concentró en la imagen del perro, un labrador negro, esbelto, jugetón. Pensó en la niña, el cabello castaño claro, liso, recogido seguramente por su madre en dos trenzas que caían hasta su espalda. Y la risa, podía oir claramente la risa de la niña, que resonaba y hacía que su alma rebosara de felicidad, era como escuchar un río bajar alegre por la montaña, en su camino hacia el mar, el mar, azúl... azúl como los ojos que le miraban... fríos, profundos, atemorizantes...

Se obligó a pensar de nuevo en la niña y la sonrisa, pequeños momentos de alegría. Le preguntó dónde estaban sus padres para llevarla hasta ellos, asegurándose de que la mascota no huyera nuevamente, un extraño brillo asomó en el rostro de la joven, no se detuvo a pensarlo en el momento, pero era un brillo intenso, casi sobrenatural.

Encontraron la puerta abierta, el cerrojo estaba bien, así que todo parecía indicar que la última persona en entrar o salir simplemente olvidó cerrarla. La niña le tomó de la mano dándole la confianza necesaria para entrar en la casa, donde encontró un salón con grandes ventanales cubiertos por espesas cortinas de terciopelo rojo y una inmensa lámpara de araña en el centro del techo. Sin embargo, el ambiente de la casa era ambiguo, la lámpara funcionaba con velas, lo que le daba al salón un aire de novela gótica, de esas de finales del siglo XIX. Aparte de las cortinas, no había rastros de muebles, si quiera habitantes en la casa. Y el olor, un olor que nunca logró definir, pero que le recordaba a... no sabía, sólo tenía la sensación de que conocía el olor, que no era fuerte, pero tampoco muy agradable. - Ha de ser una casa vieja, herencia de familia - pensó - explicaría que una casa tan lujosa esté en estas condiciones-. La niña explicó que sus padres ya se habían ido a trabajar, y que en el poco tiempo que tenían viviendo allí no habían tenido oportunidad de poner todo en orden. Le explicó también que su único compañero de juegos era el perro, quien era además su guardián y custodio, pues nunca se separaba de él.

La niña le ofreció una bebida refrescante, la cuál aceptó con algo de premura, asegurando que debía irse pues ya la había dejado segura en casa, sabía lo mal que se vería si llegaba algún adulto y lo encontraba en lo que podía ser una situación facilmente malinterpretada. No había terminado la bebida cuando se sintió mareado, quizás por el olor, quizás por la sensación opresiva del ambiente que creaba el salón, decidió marcharse de una vez cuando sin más la puerta se cerró.

Debía estar alucinando, no era posible lo que sus ojos le mostraban, la niña, sentada en un rincón, se hacía cada vez más pequeña, mientras que el perro iba tomando forma humana. ¿Lo habrían drogado acaso? eso explicaría el mareo y las alucinaciones. El perro - no estaba seguro de cómo debía llamarlo ahora - comenzó a reir de manera fuerte y clara, con una voz que no era de hombre o de mujer, pero que ciertamente asemejaba una voz humana. Buscó horrorizado a la niña, pero en la esquina donde la había visto por última vez, sólo había un cobayo, durmiendo entre los plieges de la cortina. No podía ser verdad, no tenia ningún sentido, ¿Esa criatura que antes era un perro tomaba forma HUMANA? ¿En qué rayos estaría pensando cuando decidió ayudar a una niña extraña? ¿Acaso lo embrujó la dulce sonrisa en el parque? ¿Cómo podía un ser tan inocente y perfecto ser ahora un roedor?

Creyó volverse loco e intentó huir saltando por una de las ventanas, pero se enrredó con la pesada cortina y se vió envuelto tan sólo por una luz roja. El miedo lo paralizó ¿O fue acaso la bebida que recibió? Si tan sólo los hubiese dejado frente al portal, si no hubiese seguido la dulce mirada y la sonrisa cándida, si no hubiese ido al parque ese maldito día.

Sentía bombear al corazón como si fuese a salir del pecho y lo quisiera abandonar a su suerte. Comenzó a sentir mucho más fuerte el olor que ahora reconocía como carne pútrida, mientras todo le daba vueltas y oía una risa tras la barrera roja que lo rodeaba. Sintió como la tela se movía, la oyó desgarrarse tal como los leones desgarran su comida. Atinó a preguntar el por qué de todo aquello y sólo recibió por respuesta "Porque es divertido". Lo último que recordaba era un rostro blanco de brillo tenua como la luna y un par de ojos azules que se tornaron rojos justo en el momento cuando la criatura se ablanzó sobre él.

Despertó bruscamente y sintió un agudo dolor en todo su cuerpo. Se dio cuenta que todavía estaba vivo, aún colgaba atravesado por una estaca de madera, los cadáveres seguían a su alrededor, el olor nauseabundo impregnaba el lugar. Abajo, una mujer esbelta, de cabello negro, largo, ondulado, con unos hermosos ojos azules, lo veía profundamente, mientras acariciaba un cobayo que dormía en sus brazos.