3 de noviembre de 2010

Aire Fresco

Siempre era la misma sensación, sumergirse en el agua era como estar en su medio natural. El deseo más recurrerente era la necesidad de tener agallas y membranas entre los dedos para poder nadar aquí y allá a su antojo, sin que el aumento de presión le afectara y poder explorar el océano a sus anchas. La vida perfecta, decía, tenía que estar allí, dentro del mar. Amaba profundamente a los tímidos habitantes del arrecife y nunca dejaba de asombrarse como cada noche las rocas aparentemente inertes ebullían de vida, en una sinfonía perfectamente...