25 de febrero de 2009

Impreciso

Quisiera escribir, siento la imperiosa necesidad de hacerlo, pero simplemente no recuerdo cómo.

Es absurdo, más cuando me pasan por la azotea mil y un cosas que decir, pero luego, frente al teclado, los pensamientos se esfuman, como hadas burlándose del pobre mortal que intenta capturarlas.

en ocasiones anteriores era tan... fluido, sólo debía encontrar el momento para sentarme frente a la PC. A partir de ese instante, las palabras se escribían solas, mis pensamientos se expresaban sin siquiera ser procesados y así, sin más, lograba darle descanso al afán por expresarme.

Ahora no. ahora lo pienso, una y otra vez. Le doy vueltas al mismo asunto, sin pausa, sin prisa, pero en mi caso, parece una noria en la cual sólo suben pasajeros, ninguno baja y se sobrecarga... algún día la rueda se caerá, aunque de momento, sólo parece tambalearse.

No suelo escribir, aquí ni en ningún otro lado, para terceras personas. Escribo para poner en orden las ideas, para drenarlas, que salgan del sumidero y tomen forma y vida propia. Es, finalmente, la manera que el algún momento conseguí para apaciguar a mis "alters", el sitio donde cada uno de ellos, conseguía su tiempo, su espacio, plasmados en algo más que ideas vagabundas.

Ahora me vuelvo racional, pongo más atención en lo que escribo y de tanto pensar en ello, no escribo nada. Una que otra sarta de incoherencias sin mayor fin que el de contestar a la necesidad de escribir, sin dejar, en último caso, que realmente digan lo que desean decir, llegando al punto en que se han callado, han dejado de intentarlo, ya no desean ser escuchados, dichos, gritados, liberados. Mis alters simplemente duermen, a la espera de un universo donde puedan existir nuevamente en plenitud.

Hoy podría hablar de muchas cosas, de cómo le mostré a un dragón que tenía alas y le recordé cómo soltar sus cadenas, sólo para verlo volar y perderse en el firmamento. Podría hablar sobre Ícaro y el por qué vale la pena el precio de caer en tierra, con las alas marchitas, a cambio de poder acercarse al sol. Podría hablar sobra la efímera permanencia de los mortales en esta vida y de cómo los humanos se aferran a lo conocido cuando en las sombras de lo no explorado radican gran parte de las respuestas existenciales. Podría hablar del miedo, de la valentía, de la fuerza que emana de una mirada, del ímpetu, del desasosiego.... podría hablar sin parar, pero no escribir.

Siento que debo obligarme a escribir de nuevo. Mis fantasmas me llaman, quieren ser liberados, desean mostrarme sus pálidos rostros, sus alargados y huesudos dedos, sus fauces inexpresivas. Son ellos al fin y al cabo, los que permitieron que en algún momento comenzara a escribir, donde el no hacerlo es una rebelión contra ellos y contra mi misma, una mordaza auto-impuesta sobre una voz que precisa ser liberada.

16 de febrero de 2009

La Ventana

"El corazón piensa constantemente. Esto no puede cambiarse. Empero, los movimientos del corazón, vale decir los pensamientos, han de limitarse a la situación actual de la vida. Todo pensar que trasciende el momento dado tan sólo hiere al corazón" (I-Ching: Ken)

Esta historia está inconclusa, no porque no haya terminado de escribirla, si no porque de momento parece no tener final; así como parece no tener ni pies ni cabeza, tal como la mente de la cual surgió:


El frío se colaba por la ventana, abierta de par en par a la brisa de la madrugada. A pesar de eso, dormía boca-abajo, con la espalda desnuda y descubierta, tan solo por el placer de sentir en ella el rocío.

Adquirió esa costumbre desde el día en que dejó abierta la ventana para que pudiese entrar su incorpóreo amante; mezcla de ternura, calidez, garras y besos, nunca faltó una sola noche al encuentro.

Llegaba el, volando entre las sombras y guiado por la ténua luz de la luna; puntualmente al oir que esa, su ventana, se abría al fin, volaba en pos de ella donde estaba seguro que estaría esperándole un cuerpo tibio, lleno de deseos y una tan ferviente como sumisa pasión. No podía negarse a ella, no sabía como, ni estaba seguro de querer realmente hacerlo.

Igual le esperaba ella, cada noche, impaciente porque se fueran las horas de luz, para tan solo abrir su ventana y esperar el abrazo de cada noche,

Lo decidió un día, molesta, cansada, cerrar la ventana y encender el Aire Acondicionado a la máxima potencia hasta congelarse... Ahora, de cuando en vez ella abre la ventana algunos instantes y luego la cierra. Otros días el llega a su ventana y se da la vuelta al verla cerrada. Ella por su parte, mira desde dentro, a través de la ventana y espera que algún día el decida tocarla, pasar por ella y al fin, quedarse.